Y sí tiene algo cool porque hay una correlación muy interesante entre el trastorno bipolar y el alto desempeño creativo o la inteligencia lingüística, lógico-matemática o musical; mucho genio famoso, así que: ¡pum! ¡Rockstar en ascenso! A eso le sumamos y no es por presumir, pero mi psiquiatra me dijo durante un estudio que tengo un frontal izquierdo muy largo, la parte más evolucionada del cerebro. No me envidien tanto.
Con la parte cool siempre como zanahoria frente a mis ojos, cuando me dieron el diagnóstico no fue tanto una sorpresa, en gran parte porque venía sospechándolo a partir de los medicamentos que me estaban dando y el tipo de preguntas que me estaban haciendo. Eso y que me dijeron que sólo querían el electroencefalograma para terminar de confirmarlo.
Estaba muy nerviosa por ese electroencefalograma, para mí significaba un antes y un después. Y claro, el pánico: de negar el diagnóstico, significaba que todos mis problemas eran debido a que soy un fracaso como persona y no podía controlar mi vida por tonta o algo así; pero de confirmarse, significaba que oficialmente, aunque me quedaba el consuelo de que todos mis grandes desastres eran justificables, tendría que lidiar con una enfermedad mental el resto de mi vida, que era algo que no se iba a quitar, a diferencia de poder cambiar mi torpeza.
Como sea, quizás por la anticipación o por ingeniudad en ese entonces, no fue la gran cosa. Creo que en serio hasta era (bueno, es) cool entrar en el crazy people’s club o algo así. Digamos que en el momento realmente fue intrascendente, a pesar de mis nervios una noche antes en la que convoqué a mis amigos para explicar mis miedos del momento. Pero masticar todo de verdad, eso tomó un mes de intenso trabajo de terapia 24 horas, siete días a la semana durante 38 días (más de eso en el siguiente capítulo), y no fue nada fácil.
El estigma de la enfermedad también te pega. ¿Cómo que tengo una enfermedad mental? Eso es too much, claro que no. Lo que pasa es que soy una persona muy desorganizada y floja, y sí, a veces tengo problemas muy serios de atención o periodos de obsesiones medio extrañas, tengo insomnio o hipersomnia, pero obvio depende de mis actividades en el momento; la ansiedad social es lógica porque soy tímida, morderse las uñas es una maña común, temblar todo el tiempo es sólo por ser un poco nerviosa, el mal humor es hereditario y llorar demasiado es porque sólo soy muy dramática; ¿pero enferma mental? ¿trastorno bipolar? No, para nada, no soy yo, ni que fuera por ahí susceptible de enojarme masivamente de un momento a otro, capaz de atacar a puñaladas a quien se atreva a irritarme; ni que pasara de odiar a amar a alguien en cuestión de minutos causando corazones rotos por todos lados. Cero que ésa soy yo.
Una parte de ti sabe que algo que no está bien, y que ése algo es justificable: es una enfermedad, por eso tienes un diagnóstico, por eso vas al médico, por eso tomas medicamentos y vas a terapia; pero hay una parte muy, muy feroz que dice que para nada, que todo eso es parte de una conspiración para no hacerte sentir tan mal ante tu gran incompetencia para tomar de control de tu vida y tus acciones, una parte que le hace caso a todas aquellas personas que juran que exageras y que “todo mundo se siente así de vez en cuando, pero de cualquier forma hace las cosas”.
Esa parte que asegura al mundo que tu versión hipomaníaca es la verdadera, que no tiene nada de malo, que todo lo demás es una mentira, algo que deberías ser capaz de controlar, pero luego acabas gritando y llorando porque te das cuenta de que absolutamente nada de lo que dices o quieres justificar es efectivamente “normal” y estás encerrada en una jaulita donde el bando que cree en la enfermedad y el bando que cree en la conspiración se pelean sin poder encontrar salida y se dan tantos tumbos contra las rejas, que efectivamente en la desesperación te hacen sentir loca.
Tengo miedo de sentirme muy feliz. Tengo miedo de sentirme muy triste. Tengo miedo de no sentir. Y muchas veces por decir “tengo miedo” quiero decir que estoy muy ansiosa al respecto, y esa es la peor parte, porque con la ansiedad es con la que empieza todo otra vez. Ser consciente de eso, de cómo me siento a cada rato, de intentar controlarlo mínimo ocho veces al día, eso es algo que llega aterrarme de repente. Sentir que no soy libre para dejarme llevar por las sorpresas cotidianas, las buenas y las malas. Creo que ahora vivo con un constante semáforo en amarillo enfrente de mí.
La verdad es que es más fácil aceptarlo cuando tienes señales constantes que te lo recuerdan diario, y no de manera negativa, no es como que sufro con el recuerdo, para nada, son detalles que mantienen la realidad en su lugar. Ahora tomo muy poco medicamento para seguimiento de control, pero cuando estaba muy intensa, los meses del terror; si se me llegaba a olvidar una dosis de medicamento, inmediatamente lo sentía, era muy evidente que no tomarlo tenía una consecuencia clara, y si cuando dejas de tomarte un Next empiezas a estornudar y te acuerdas que tienes una gripa maligna y que debes ir por la siguiente pastilla, así igual me caía el veinte de que necesitaba ese mismo procedimiento porque en efecto, es una enfermedad.
He tenido que hacer planas de “tengo una enfermedad mental crónica, tengo que cuidarme, pero todo está bien, es como cualquier otra enfermedad, no tiene nada de malo, no tengo de qué avergonzarme” una y otra vez. Es lo que se tiene que hacer para competir con el estigma y las ideas generalizadas que existen sobre el tema, son la cultura que domina y permea, eso lo complica todo; pero hoy estoy muy segura y convencida de que esto es lo mismo que mi riñón, que me obliga tomar mil litros diarios de agua, estar siempre al pendiente e ir de vez en cuando al nefrólogo a la primera señal de crisis. Es así, es lo mismo (excepto por el lado cool que sí tiene ser bipolar, guiño, guiño) y se puede vivir con eso. Sépase.
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Querida Charo: Pues resulta que todos lidiamos con la vida, con la diferencia de que no todos lo reconocemos cómo tu lo haces, asi es que estaremos juntos en la misma arena, lidiando con el toro que sale de repente tratando de atropellarnos a cada instante. Tendremos, estoy seguro, la oportunidad de capotear nuestros misterios.