Si me hubieran pedido describir mi personalidad hace un año y medio, antes de que todo este extraño viaje empezara, habría contado que me consideraba una persona activa y energética, que le gustaba probar muchas cosas, moverse constantemente, que disfrutaba de aprender todo lo que se pudiera y necesitaba estímulos intelectuales que llegaran como lluvia de meteoritos para poder sobrevivir, ya que quedarme con una sola cosa me provocaba bloqueos mentales (ja!). Que por lo mismo vivía emocionada, que me consideraba una persona feliz porque todo lo que hacía me gustaba y si algo dejaba de gustarme, lo dejaba y ya. Habría dicho que a pesar de ser relativamente anti-social, disfrutaba de tener varios grupos de amigos, muy distintos entre sí, pero que era la misma naturaleza de tener diversos puntos de vista, explorar diferentes versiones de mí al convivir en ambientes diversos.
Suena bien, ¿no? Por lo menos para mí suena bien, me parece que esa es una persona interesante, una con la que me gustaría llevarme, una que me gustaría ser. No lo decía por crear una imagen específica ante el mundo, es que la creía real y la creía real porque era real… a veces. Creo que muchos me han conocido en etapas cuando juro que estoy enamorada de todo, del sol, de los días, de lo que hago, enamorada del amor y quiero que el mundo esté igual de enamorado como yo. Resulta que no, eso no es algo tan normal.
A una parte de mí siempre le encantó decir que sí a TODO aquello que pareciera emocionante o estimulante, principalmente de manera intelectual. Todo nuevo proyecto suele chispear con montones de luces, brillantina y un arcoíris cabalgado por unicornios. Muchas veces me los invento, me meto donde no me lo piden y escupo ideas como máquina de raspados Mi Alegría. Me siento como una verdadera chica superpoderosa, nadie se ve mejor que yo, nadie conoce un tema específico mejor que yo, nadie tiene la experiencia que yo tengo, nadie tiene mejor gusto y especialmente, nadie es capaz de manejar una agenda como la que me estoy creando en ese momento, porque claro, lo he hecho antes, ¿no? ¿No?
Efectivamente, no o no de manera exitosa por lo menos. La poca necesidad de sueño, la energía desbordante, la autoestima más alta que la de Paris Hilton y Donald Trump juntas, y la creencia de tener ojos en la espalda, ocho brazos y un reloj que pausa el tiempo para el resto del mundo mientras me hago cargo de resolver la paz mundial; por supuesto que todo es una falsedad que dura poco, muy poco. It turns out que ese es el principio del fin.
El episodio de falso positivismo dura un poco más, esa autonegación de que todo es manejable y todo está y continuará estando bien, eso se puede prolongar; es el rush repentino en el que me enfrasco en todo lo que dura poco. Esa maravilla efímera realmente hace que tome las peores decisiones, que incluyen atiborrarme de cosas que realmente no puedo lograr y el mega-optimismo hace, por ejemplo, que compre de todo de manera descontrolada cuando según yo hice cuentas mágicas donde el flujo de efectivo sería eterno, que tome las decisiones de pareja menos listas (o sea, más estúpidas) o que creara horarios diarios donde sólo tenía espacio para unas cuatro horas de sueño -si todo iba bien-, porque al principio eso es todo lo que necesito de sueño y hasta me sobra, pero cuando la hipomanía acaba, también la pila que ahora se queda sin cargador.
Entonces viene el bajón. Todo pierde sentido, para qué pretender hacer algo, ya todo está perdido. Era de lo más normal empezar un proyecto con muy altas expectativas, principalmente impuestas por mí misma, teniendo despuntes excelentes y al final, no sólo no cumplir con mis estándares, sino dejarlo inconcluso por sentirme inútil y totalmente incapaz de realizarlo, ni siquiera en su forma más simple. Esa me parece la diferencia más importante que tiene la hipomanía con un buen estado de ánimo elevado: la hipomanía, siempre, eventualmente, lleva al desastre.
El bello recuerdo de estar en lo más alto, eso es lo que se queda en tu cabeza, se vuelve tu forma y tu estado ideal, es de lo que estoy más orgullosa, la versión de mí que se presume, la que todos recuerdan y luego extrañan también; eso es peligroso con la hipomanía, la añoranza de ser así. Creo que con la realización de la hipomanía llega la crisis existencial y de personalidad. ¿Entonces quién soy yo? ¿Si la mejor versión de mí misma es parte de una enfermedad, dónde acaba la bipolaridad y dónde empiezo yo?
Lo mejor de este diagnóstico creo que fue darme cuenta que yo no era un gran fracaso y que no era que “no pudiera manejar el estrés”. Obvio puedo, lo sé porque existe evidencia, pero cuando es algo normal, incluso para personas intensas como mis amiguitos y yo; no cuando genero niveles industriales por locuras hipomaniacas. Eso fue un gran alivio, significa que no dejé que dejar todo por inútil, sino que tuve que dejarlo por una incapacidad médica, estaba en una crisis y necesitaba atención médica adecuada. Si hasta el momento esto suena medio raro, recomiendo revisar el anexo al final del primer post de Srita. Bipolar, ahí vienen todos los síntomas de manía e hipomanía, quizás se explica mejor ahí el problema, no lo sé; si sé que es más difícil de imaginar que la depre.
Al inicio del diagnóstico pensé que tendría que conformarme con una versión de mí en una presentación de 50-75 ml en vez de la de 100-125 ml; sin embargo, leyendo sobre grandes mentes con este trastorno y hablando con mis médicos y terapeutas, parece que sigo siendo la versión de 100-125ml, sólo con una estela de aroma que dura mucho, mucho más tiempo. Es como enfocar todas las grandes ideas y energías con un filtro que deja que vayan de una en una (o de cinco en cinco) a la vez; tengo prohibido hacer más de cinco a la vez por mis terapeutas, porque parece que de ocho a doce es una exageración, jeje. Puedo intensear, pero con moderación.
Soy una persona optimista cuando estoy nivelada.